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ÉXODO VENEZOLANO: IDAS Y VUELTAS DE LA MIGRACIÓN

Colombia se ha caracterizado por producir más migrantes que recibirlos. El continuo éxodo de colombianos ha propiciado la localización de “colonias” enteras de nacionales en toda Suramérica, Norteamérica, Europa y hasta la lejana Asia. Este flujo de migrantes ha desencadenado varios hechos socioculturales que llaman la atención. Por ejemplo, en barrios de Santiago de Chile se pueden ver calles con pinturas alusivas a la navidad, práctica muy común en los barrios de las ciudades colombianas; en Buenos Aires, una ciudad futbolera en la que no caben más rivalidades que la de Boca-River, Independiente-Racing y hasta Chacarita-Atlanta, se ven grafitis de escudos de equipos de futbol como América de Cali o Millonarios y en barrios de Caracas se puede comer un buñuelo recién frito, en la esquina de un barrio tan popular como Petare.


Ciertamente, no se puede negar que el flujo migratorio de colombianos ha enriquecido y aportado significativamente a las culturas locales hacia donde se ha emigrado. Es así como la cumbia, género musical con raíces africanas originario del Caribe colombiano es una sensación en países como Chile, Perú, Argentina y México; incluso, este ritmo se ha vuelto tan popular que es casi imposible pensar que en una pollada, fiesta popular o rumba, no haya una canción de cumbia, adaptada eso sí, ya sea como tecnocumbia, cumbia-villera o cumbia-chilombiana, no importa, el hecho es que popularmente se reconoce este genero musical, se baila y disfruta y, sobre todo representa hechos característicos de la cultura colombiana.


También está la versión de que algunos co-nacionales han exportado diversas prácticas no tan positivas, sobre todo aquellas que están relacionadas con delitos y actos de violencia. En Chile, Ecuador y Perú son temidas las bandas colombianas por su radicalidad en el uso de la violencia. En Chile y Argentina hay sendos casos judiciales en donde bandas colombianas extorsionan, cobran impuestos mafiosos y tienen enfrentamientos con facciones locales del crimen organizado.


La migración de colombianos y su diaspora es asunto conocido y estudiado, pero la de extranjeros en el país no es así. Este es el problema central del presente artículo de opinión, la recepción del denominado “éxodo venezolano” que es evidente en nuestras ciudades.


Este éxodo, que sabemos se conjugó gracias a una crisis social, política y humanitaria en el denominado “suelo patriota” tiene su clímax desde mediados del 2016 y todo el 2018; según datos de Migración Colombia (República de Colombia, 2018), han ingresado al país desde el 2015 de forma legal, es decir con pasaporte y registrados en algunos de los puntos de registro de tráfico de extranjeros, un total de 2.556.405 venezolanos, de estos el 53,2% son hombres y el 46,8% mujeres. Sobre el total de venezolanos que han ingresado al país, 9,6% son menores de edad, 34,4% son jóvenes, 26,4% adultos jóvenes, 24,0 % adultos y 5,6% adultos mayores.


El sitio de registro y en el cual los migrantes declaran llegar al país son: Bogotá, a donde han arrivado en estos cuatro años 997.588 venezolanos; le sigue Ipiales con 502.919, donde naturalmente hacen el transito hacia el resto de Suramérica, puesto que esta ciudad nariñense es el paso fronterizo con la República del Ecuador; luego Cúcuta con 165.267, ciudad tradicionalmente sitio de paso para los venezolanos, dado a su frontera con el estado Táchira; le sigue Barranquilla, la ciudad colombiana caribeña más grande de Colombia, ciudad donde han llegado 152.646 venezolanos; ya en el interior y la zona andina de Colombia, Medellín es la ciudad donde mas se han alojado nuestros vecinos, en esta ciudad han llegado 143.208; le sigue Pasto, donde se alojaron 93.245 patriotas y; finalmente ciudades sin tradición migratoria como Bucaramanga (57.365), Cali (40.594), Santa Marta (24.064), y las ciudades del eje cafetero: Pereira (5.415), Armenia (2.743) y Manizales (1.828) también han recibido una porción de dicho éxodo (República de Colombia, 2018).


No sobra decir lo que medios de comunicación y las autoridades políticas y civiles han manifestado que Colombia, y creo que ningún país, esté preparado para recibir dicho flujo (BBC News Mundo, 2018; El Espectador, 2018; Portafolio, 2018) . Ciudades sin tradición migratoria como las del interior andino colombiano, se han visto desbordadas en la atención humanitaria para con los cientos de venezolanos que diariamente se posan en el entramado urbano de nuestras urbes. Las alcaldías de ciudades como Pereira, Armenia, Ibagué, Sincelejo e Itagüí han manifestado no poder atender las necesidades de los extranjeros que demandan servicios públicos como salud, educación, saneamiento básico y sobre todo trabajo (El Diario, 2018). Esto con el agravante de que muchos de los venezolanos que ingresaron al país lo hicieron de manera ilegal dado el colapso institucional venezolano que ni siquiera tiene la capacidad de producir la identificación de sus nacionales y mucho menos de registrar la salida de estos o controlar el éxodo clandestino por las denominadas “trochas fronterizas” (BBC News Mundo, 2018).


Fuente: Perú21. 2018. El éxodo venezolano.


Tampoco hay que desconocer que las alcaldías y el gobierno nacional no tienen la capacidad suficiente para garantizar de forma plena a los ciudadanos colombianos todos los servicios sociales pactados en la constitución de 1991. La crisis social que ya cargaba Colombia reprodujo graves ciclos de pobreza, exclusión y desigualdad, así como se normalizó la mezquindad política con la que los gobiernos locales y el nacional tratan las necesidades de los ciudadanos, de sus ciudades y del desarrollo local. En este panorama, llegaron cerca de 2.5 millones de personas a presionar sobre el uso de estos servicios de forma humanitaria.


Pero, quiero ofrecer un poco de perspectiva comparada. Hoy vemos que llegan una buena cantidad de venezolanos al país, por motivo de una penosa crisis humanitaria, estamos hablando que sólo en tres años, el 8.3% de la población venezolana salió de su país hacia el nuestro (República Bolivariana de Venezuela, 2018; República de Colombia, 2018). Pero, hay que tener en cuenta que por mas de cinco décadas el éxodo fue en dirección contraria, es decir, desde Colombia a Venezuela y, con cifras también muy impactantes: por ejemplo, la ciudad de Caracas, según el último censo realizado por el INE venezolano, tenía residiendo cerca de 800.000 colombianos (República Bolivariana de Venezuela, 2018), es decir, luego de Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Cartagena era la ciudad más poblada por colombianos. También, este censo encontró que 1 de cada 6 venezolanos eran de origen colombiano y que 1 de cada 12 tenía doble nacionalidad.


Este éxodo se produjo por el boom petrolero de los 50 y 70, pero también por la cruda guerra entre el Estado y los grupos insurgentes y por la desastrosa crisis social que desató la lucha de los narcotraficantes contra el Estado colombiano.


Pero, la nuez del presente escrito no está en entregar las impactantes cifras del éxodo binacional y bidireccional, tampoco en reflexionar sobre el impacto en la gobernabilidad de las ya ingobernables urbes colombianas, sino en el impacto social y cultural que esto puede producir. Y para ello, quiero tomar el ejemplo de una ciudad intermedia colombiana, montañera, ubicada sobre la cordillera central del complejo cordillerano suramericano que llamamos Los Andes. Esta ciudad es el centro del eje cafetero colombiano, Pereira.


Los venezolanos no traen sólo problemas, también traen un influjo cultural que enriquece las expresiones locales de identidad, sobre todo, como lo dije al inicio del presente escrito, Colombia y en este caso Pereira no se han caracterizado por recibir personas de otros países. Por ejemplo, en la ciudad de Pereira, ya se está haciendo común entender expresiones como “pana”, “peo”, “burda”, “cónchale” y otras tantas. También música como la llanera y las gaitas zulianas decembrinas están siendo escuchadas por las calles de Pereira.


El arte urbano también se ve enriquecido. Pereira se ha caracterizado por su “pobre” y mezquina oferta cultural callejera. Sólo persisten expresiones “resilientes” a la indiferencia de los peatones cafeteros como los tríos de bambucos sobre la sexta, en el parque el Lago y en el Parque de Bolívar. Hoy los venezolanos, por ejemplo, han traído jazz y saxofón sobre la sexta con quince; también en la peatonal de la 18 un par de “chamos” tocan maracas y arpa; al megabús (nuestro simil de Transmilenio) se suben un padre y un hijo a cantar un clásico de metal como fear of the dark a capela y; un instructor de baile enseña a danzar ritmos tropicales con el sabor que dicen tienen los venezolano y, si no, con la energía que casi mágicamente el trópico le confiere a aquellos que vivimos en esta parte del mundo.


En la comida también se empieza a evidenciar la presencia venezolana, junto con la bandeja paisa, el sancocho de gallina valluno y el poco común ajiaco (por lo menos en esta parte del país), llegan las caraotas negras, las hayacas y los cochinitos. A la empana envigadeña le llegó un acompañante, la empana venezolana, grande en tamaño y diversa en rellenos. Así mismo, la arepa paisa se encuentra con una versión, la arepa venezolana. Y se preguntaran, ¿cómo poder diferenciarlas?, pues es fácil, la arepa paisa es para montar y la venezolana para rellenar. Ambas para comer, disfrutar y hasta para identificarnos. Incluso, las mismas preparaciones, pero que en cada país tienen diferentes ingredientes, se encuentran, no para confundir al comensal, sino para enriquecer la experiencia gustativa y gastronómica.


Fuente: Cajal, Alberto. (s.f.). 10 manifestaciones culturales de Venezuela. Lifider.com


En las calles y supermercados pereiranos ya se pregunta por la guasacaca, sin olvidar al guacamole; a la carne desmechada se le quita el inútil prefijo des y, ya se le come con más pimentón; los niños preguntan por su cambur y, ya hay revuelteros que les venden los bananos que les fueron encargados. En fin, son muchas las expresiones donde se empieza a ver el aporte venezolano a nuestras tradiciones.


Quiero cerrar con una reflexión, que quizás carezca de rigor científico, pero que está cargada de un mínimo de humanidad, la cual es la base con la cual se debe entender este éxodo. Por años, colombianos, como mi madre llegaron a suelo patriota en busca de oportunidades y, la sociedad venezolana los recibió. Algunos gobiernos fueron muy severos con los migrantes colombianos y los persiguieron, criminalizaron y estigmatizaron, otros fueron muy prácticos y, entendieron que la mano de obra colombiana era eje fundamental para el desarrollo económico que generó el boom petrolero en su momento. Y así, el transcurrir del tiempo forjó una sociedad venezolana en la que valores socioculturales paisas, costeños y vallunos influyeron en patrones culturales venezolanos.


Hoy, caraqueños, maracuchos, gochos y orientales pisan suelo colombiano y, en una tierra extraña, que en muchos casos es la tierra de origen de sus abuelos y padres, intentan vivir, no sólo sobrevivir como lo estaban haciendo en su patria, sino que intentan reiniciar un proyecto de vida truncado por la avaricia de una élite que hoy gobierna el Estado venezolano; e intentan hacerlo con el mínimo de orgullo (ese que cita el himno de su país), con la mínima dignidad que puede tener una persona.


Y, en ese afán de tener una nueva vida, traen de su país sus dichos, sus fiestas, sus alegrías, sus pasiones, sus comidas. Hoy están en nuestros colegios, nuestras universidades, nuestras empresas, en nuestras calles. Pagan IVA, arriendan casas y como lo hacen nuestros familiares en Estados Unidos o España, envían dinero a aquellos que no han podido salir de su país y, sobre todo, extrañan su ciudad, su tierra y su familia.

 
 
 

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