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Mujeres y confinamiento. Nuevas formas para fortalecer el feminismo en la pandemia del COVID-19

20 de junio de 2020. Comuna 13, Medellín. Ana María Correa, 28 años. Asesinada por su expareja luego de una discusión que presenciaron también sus hijos.
15 de junio de 2020. Marmato, Caldas. Daniela Quiñones, 25 años. Asesinada por un completo desconocido al negarse tener relaciones sexuales con él.
20 de abril de 2020. Robledo, Medellín. Marcela pierde su trabajo porque las responsabilidades de su casa y la escuela de sus hijos no le dejan tiempo para dedicarse a su trabajo como impulsora.

Por: Mariana Rojas y Manuela Arango


En el confinamiento el hogar se torna el núcleo de toda acción. Y el hogar, que remite directamente a la vida doméstica y privada, tiene una carga histórica: ha sido el lugar por excelencia de la explotación de las mujeres. Cuando la dicotomía —por si misma patriarcal y liberal— entre la esfera pública y privada y sus respectivas connotaciones políticas sexuadas ya se creía superada; la emergencia sanitaria ha venido a recordarnos que, de hecho, la vida doméstica, como asunto y como espacio de significaciones, sigue extremadamente feminizada. Ahora en una situación de pandemia, la necesidad de las labores del cuidado (no salir de casa, desinfectar el hogar, asistir a niños, niñas y adultos mayores) para la superación de la coyuntura es crucial, es lo que nuevamente sostiene el sistema productivo, que previene su derrumbe. En resumen, la carga de la sobrevivencia y la superación del caos la sostienen las mujeres. Sin embargo, el papel ya reivindicado como trabajadoras, estudiantes, líderes, profesionales y ciudadanas en lo público, pierde visibilidad con el confinamiento al retroceder en los avances de las luchas y reivindicaciones ya alcanzadas y resaltar en nosotras el papel de cuidadoras, de madres, de asistentes.


Es en lo privado que se exacerban los distintos tipos de violencia de género, violencias que se han mantenido ocultas y, por ende, impunes. En cuarentena —medida necesaria para ralentizar la emergencia sanitaria por el COVID-19— sí que confluyen los distintos tipos de explotación y violencia contra las mujeres. No sólo se intensifica la carga de cuidados, la limpieza de la casa, la cocina, la atención física y emocional de niños, niñas, adultos mayores y personas con discapacidad; sino también, la explotación laboral, con jornadas difusas y extensivas, salarios inequitativos; además de la violencia física, sexual, psicológica y económica por parte de los mayores agresores domésticos: nuestras parejas y familiares.


Lo podemos decir sin titubear: el confinamiento ha sido desastroso para la vida de las mujeres. La concentración de la actividad social a la vida en el hogar ha sido un factor de riesgo que a todas las mujeres nos ha tomado, más que por sorpresa, por desdicha. Hoy, cuando las calles están siendo menos pobladas que antes, cuando la palabra y el encuentro con la otra es diezmado y en donde impera la creencia en que lo que está afuera es un bicho al que sólo lo supera en prioridad el hambre de los más necesitados; las mujeres estamos en mayor riesgo que nunca. Las cifras son escalofriantes: 112 asesinatos en 3 meses de cuarentena (Observatorio de Feminicidios Colombia, 2020) [1], lo que quiere decir que al menos una mujer por día es asesinada por el simple hecho de ser mujer en Colombia. Lo público es lo visible. Lo privado: la casa, la noche, el silencio, el encierro son formas de despolitizar nuestras muertes, discriminaciones y desigualdades.


Y es que la realidad colombiana no estaba preparada para una vida única y exclusivamente dentro de los hogares, no sólo porque la calle es para las mayorías el espacio del sustento diario y de la resolución del hambre, sino porque la vida fuera de las casas era para muchas la posibilidad de un refugio, de un encuentro, de una realidad alterna a la vivida en la escena privada. Las cuatro paredes de las casas encubren lo que sucede en la mayoría de las familias: una voraz violencia de género. Hablamos aquí tanto violencias explícitas como física, verbal o psicológica, hasta violencias tácitas como la económica, patrimonial, los micromachismos basados en estereotipos de género e, incluso, la misma carga que significa la maternidad.


Todas estas formas de la violencia hoy son padecidas por millones de mujeres en nuestro país, desde la que se encubre marañosamente en la cotidianidad de quienes son llamadas amas de casa insertas en una economía del cuidado; en la descolocación mental causada por la ansiedad y depresión que se presentan con mayor constancia en las mujeres; hasta en la cargada misión de ser madres y estar al tanto; entre otras, de la crianza, la educación, la ética y la salud de los hijos; pasando a la apabullante cantidad de mujeres que la única oportunidad que obtienen para su sustento son trabajos informales que las obligan a salir de casa y exponerse al contagio o; casos extremos de quienes son obligadas a vivir en el encierro de quienes pueden ser sus atacantes: esposos, parejas, abuelos, padres, tíos, primos, hermanos…cualquiera que se crea en la potestad de tomar su vida como propia.


La cuarentena es, entonces, esa nueva forma social al pretender proteger la vida de la amenaza biológica, nos deja a las mujeres con pocas armas a la hora de combatir nuestras propias luchas. No existe escapatoria, todas las opciones implican un riesgo, ahora más que nunca, a la hora de ser mujeres en plena crisis. Ya lo decía Simone de Beauvoir, sólo es necesario un escenario de máxima conflictividad para que los derechos de las mujeres se vean en vilo. Así, lo único que ha demostrado esta emergencia económica y sanitaria, es que aquellos órdenes de poder basados en el género siguen oprimiéndonos desde la violencia y asfixiándonos en la injusticia.


Parece entonces que aquello que se destina a proteger nuestras vidas es, al mismo tiempo, cáncer y verdugo. Hoy somos como Dafne, que en el intento por huir de las desgracias del amor de Apolo, prefiere morir en la inmovilidad de los laureles. O como Casandra, cuando renuncia a su voz y a la verdad para poder conservar su vida. Como Europa, que aunque rechaza al más grande de los dioses, es poseída y abusada por él. O como Demeter, que en el infinito amor a sus hijas e hijos debe aceptar verlos sufrir y, más aun, como Perséfone, destinada a vivir al lado de quien no ama pero que la protege. Sin embargo, el hechizo ha de ser quebrantado.


El confinamiento es una vuelta a lo privado, a lo oculto, a la invisibilidad. Y la visibilidad se ha intencionado tradicionalmente desde la calle, que se constituye como el lugar de la protesta y la incidencia política directa. Pero ¿cómo se protesta en confinamiento? ¿Cómo se politiza lo privado desde lo privado?


Esta es una pregunta por las formas de protesta del movimiento de mujeres y feminista. Por sus repertorios de movilización en plena coyuntura que insta al encierro. La casualidad de que la emergencia sanitaria comenzara precisamente en marzo, el mes de la reivindicación de los derechos de la mujer, tuvo que ser motivo de reflexión para la acción feminista. Lamentablemente, las medidas de cuarentena diezmaron las diferentes expresiones de protesta preparadas para este tiempo.

No obstante, ante el desalentador panorama que ha dejado atrás la revisión de estos 3 meses de distanciamiento social y confinamiento, hoy nuevas formas de actuar entre las mujeres se bosquejan y adquieren potencialidades. Los movimientos de mujeres y feministas han recurrido a la herramienta más próxima y oportuna: Las redes sociales. Como el medio de movilización y de exposición de la situación de vulnerabilidad de las mujeres en cuarentena, las plataformas digitales han servido para mantener el tema en la agenda. De esta forma, las redes sociales nos demuestran que lo público no sólo da cuenta de un escenario físico, sino del hecho de hacer ruido, de hacerse conocer, de tener un espacio de visibilidad.


Las denuncias en redes sociales han aumentado, dejando al descubierto no sólo los tristemente célebres casos de acoso o de violencia física y sexual perpetrada por parejas; sino también los deshonrosos hechos de abuso y acoso de quienes en épocas anteriores no estaban presentes en la palestra pública: artistas reconocidos de la escena musical y alternativa, influencers reconocidos por todo el país y hasta alcaldes y políticos. Hoy la voz de las mujeres, aunque anónima, circula de manera más mediática en las agendas de las ciudades. En ese sentido, pululan en internet tanto las iniciativas de redes de apoyo para acercar los canales institucionales de prevención y atención a violencias, como para fomentar nuevas formas de justicia social.


Y sí, aunque este fenómeno es principalmente urbano, y la realidad rural de las mujeres se ha hecho más compleja, vale la pena celebrar que esta práctica difundida del escrache [2] ha sido capaz de renovar los repertorios de movilización de las organizaciones feministas, reuniéndolos bajo las banderas de la no violencia contra las mujeres, el derecho feminista y la sororidad extendida e interseccional.


Sin embargo, las redes sociales como repertorio pueden resultar paralizantes. Al estar centradas en atender lo más inmediato, en este caso las violencias físicas y feminicidios —como la reacción primaria que genera esta coyuntura, la prioridad— deja la protesta en el campo de la denuncia, de la exposición, relegando la acción frente a las causas estructurales de dichos sucesos, los escenarios de formación y la activa exigencia de mejores condiciones para las mujeres, con crisis o sin ella. De esta forma, aunque la cuarentena limita sobremanera las posibilidades de acción al relegarnos a espacios privados con mayor susceptibilidad de ocultamiento, nos deja porosidades de actuación —precisamente las redes sociales— que no pueden entenderse de manera estática e inmediatista, sino que deben movilizarse y transformarse en verdaderos escenarios de construcción.


La visibilización cada vez mayor de las vulneraciones hacia las mujeres ha logrado fortalecer lazos y consolidar el movimiento de mujeres en todo el país. De nuevo el llamado está en crear una verdadera agenda de movilización capaz de abarcar a la gran mayoría de sectores de mujeres y feministas, en toda su diversidad. El primer paso ya lo hemos empezado a dar en la declaración de la Emergencia Nacional por Feminicidios en Colombia, y a la que invitamos a todas a sumarse. Sabemos que es prematuro decir cual es el alcance de estas nuevas formas que nos convocan, todavía exploratorias, pero de algo estamos seguras: no van a contar nunca más con la comodidad de nuestro silencio.

[1] http://observatoriofeminicidioscolombia.org/index.php/seguimiento/noticias/428-vivas-nos-queremos-dossier-de-feminicidios-en-cuarentena?fbclid=IwAR1Fp1qGXXc81wI5znGLG6lxu6nsZX4UTzTs3wqf4yeUEqEuURF21eM5-_o

[2] Para más información sobre el escracha consultar la columna El escrache y la justicia feminista https://sietepolas.com/2020/06/03/el-escrache-y-la-justicia-feminista/

 
 
 

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