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El redimensionamiento de la acción colectiva política desde el confinamiento

Actualizado: 6 may 2020

A mis colectivos, con todo el amor:

Acción Colectiva, Ciudadanía y Problemas Públicos”,

“Feministas sinvergüenzas” y

“Procesos políticos, desigualdades y nuevas ciudadanías”

¿Qué será de este Primero de Mayo, día mundial del trabajador y la trabajadora, sin la presencia física de trabajadores precarizados y no precarizados, en la informalidad y sin opción laboral, marchando conmemorativa y reivindicativamente por las calles de las grandes ciudades?

Las arengas, pancartas, cánticos, capuchas, bufandas, pintas, himnos y performances que se exhiben y agitan al fragor de las marchas y plantones de las movilizaciones sociales, también han entrado en cuarentena durante la pandemia mundial del COVID-19. Esa frase de “Mientras la calle exista yo seguiré luchando”, que en el pasado dijera valientemente un vendedor humilde delante de las cámaras de un noticiero local en respuesta al destrozo de su mercancía por parte de la fuerza pública, no es posible ponerla en práctica por estos días, y no lo será por muchos meses. Con este panorama ¿cómo re-significar la movilización social en tiempos de pandemias?

Este es un asunto que no parece procedimental o nada más una cuestión de tiempo para las luchas sociales. Hace pocas semanas uno de los costos sociales y políticos para quienes se movilizaban era la deslegitimación pública, muy convenientemente, con el tratamiento de: vándalos, revoltosos y vagos por parte de los gobiernos de turno, los grupos privilegiados y los medios de comunicación tradicionales; agravados con las políticas de criminalización de estas protestas, cuyos desenlaces han sido la muerte, el encarcelamiento y la judicialización o, en el mejor de los casos, las calumnias y el desdibujamiento de las motivaciones de los marchantes y convocantes ante la opinión pública. En adelante habrá que agregar otros costos de carácter individual por el riesgo del contagio del COVID-19 para quienes decidan estar juntos en un plantón o en una marcha.

Cómo si no hubiera suficientes obstáculos para la construcción del poder popular y la contestación política por la defensa de la educación pública, la protesta por los feminicidios y las violencias de género o en contra de las distintas consecuencias sociales y económicas del capitalismo en su fase neoliberal.

Me propongo en las siguientes líneas una reflexión acerca de la práctica política en el escenario de un mundo post pandemia al cual nos vemos abocados, dado que surgen nuevos retos para la continuidad de las luchas colectivas, deteniéndome aquí solo en tres: 1) el futuro miedo individual al contagio en actos públicos masivos, 2) las nuevas formas de falsear la movilización social a partir de las ambigüedades, los dobles discursos (Scott, 2000) y la simulación de la acción colectiva desde un supuesto activismo virtual, y 3) las dificultades que acompañan la construcción colectiva para la movilización social complejizada, aún más, con la virtualidad.

I. Miedo a estar juntos ¿qué efectos tendrá para la movilización social?

La Boétie desde 1548 nos anunció que el miedo ha llevado a los poderosos a adquirir mas poder y también a operar la servidumbre voluntaria –aunque aclaró que finalmente se obedece por placer–. Su explosiva frase “¡Pobres y miserables pueblos insensatos, naciones obstinadas en su mal y ciegas en su bien!” (La Boétie, 2003, p. 20), tiene toda vigencia dentro de las reformas neoliberales, con sus efectos empobrecedores en la población más vulnerable, el reparto asimétrico de los beneficios y la ampliación del individualismo; que termina por inducir a las personas a encerrarse en sus propios problemas económicos y a optar por el “sálvese quien pueda”.

El miedo es un asunto tan profundo al inconsciente, que podemos estar todos diciéndonos lo importante que es estar en casa, –qué lo es, en ningún caso lo negaré–, y que nuestra reacción sea el giro ciego al tele-trabajo, a la tele-educación, a la búsqueda individual para resolver los asuntos urgentes del día a día; relacionados con el autocuidado y las urgencias económicas para comer y sobrevivir, además de las nuevas problemáticas relacionadas con la educación virtualizada y las renovadas formas de explotación sexual infantil y de género en estos momentos de encierro, sin poder detenernos a dilucidar, reflexionar y discutir las opciones de solución colectiva.

El miedo es una emoción inherente a nuestra condición humana, necesaria como mecanismo de defensa. Sin embargo, el miedo político ha sido históricamente un instrumento de dominación de las élites, y alcanza dimensiones inconmensurables de acuerdo a su narrativa. En la actual situación pandémica se puede convertir en enemigos internos y externos a cada individuo por la idea de ser susceptibles portadores del virus hiper-contagioso SARS-CoV2. En una situación tan azarosa ¿quién sacará ventaja y mayores réditos de ese horizonte post pandémico posible, real o imaginario?


Fuente: El roto, tomado de Kurklinikun (2014).

Adelantándonos a los posibles efectos paralizantes que produce el miedo a cualquier circunstancia real o de proyección frente al virus, amerita un ejercicio recursivo profundo que espante la pusilanimidad en las luchas sociales y políticas en el marco de la movilización social, en particular para las luchas que demandan el encuentro físico colectivo y de escenificación pública de las distintas formas de indignación ciudadana, que propicie plantear nuevas estrategias de acción para la transformación de las condiciones de profunda desigualdad en todos los ámbitos ¿qué sentido pueden tener hoy frases que en el pasado reciente han sido tan potentes para el llamado a marchar, como aquella de “Nos quitaron tanto, tanto, que nos quitaron hasta el miedo”?

Habrá que recordar lo aprendido con Hannah Arendt, lo político se desdibuja cuando está mediado por el miedo al relacionamiento social, dando lugar al autoritarismo (1997). Pero también aprendimos que esas situaciones alienantes no nos desligan de nuestra responsabilidad moral frente a los otros, al contrario, demanda lucidez, creatividad, imaginación y creación de posibilidades futuras, de forma crítica y sin desprecio por la vida humana o por cualquier forma de vida.

Fuente: AFP Gestión (2019)

II. Ambigüedades y simulaciones de construcción colectiva

Vivir la situación de pandemia y pos-pandemia siendo usuarios y sujetos de opinión a través de la proliferación de listas de difusión en redes sociales, grupos de WhatsApp y encuentros virtuales, no deja de hacer parte de un ejercicio de simulación de que se está en un proceso de construcción colectiva de cooperación, horizontalidad y esfuerzo conjunto por lograr metas comunes.

Las redes sociales aparecen como el principio organizador por excelencia, tal como lo sugiere Jim Leporé en su columna del New Yorker del año 2017. Sólo que este principio organizador se pervierte con una adscripción, voluntaria o impuesta, a grupos virtuales y el reenvío inconexo de mensajes veraces o falsos, que no van alimentados del diálogo entre los participantes en estos espacios.

Internet no nos une a todos, la conexión no es ninguna garantía de unión o construcción colectiva en torno a temas, intereses o problemas públicos por resolver. Si el llamado a la lectura, visualización de videos y mensajes alertándonos sobre situaciones concretas no se acompaña de la invitación a discernir y reflexionar sobre el sentido de esos mensajes y de esos posibles encuentros virtuales, o sobre el significado que tiene para cada colectivo esos vínculos virtuales acerca de la búsqueda e interés que los acompaña, el llamado al activismo y al encuentro se falsea y se vacía de sentido. Se convierte en una reacción autómata más, de las que campean por estos días.

Será entonces que se ha hecho real la distopía de O. Wells de 1899 “Cuando el durmiente despierta” que Jim Leporé nos comenta, al decir que su héroe se queda dormido en su camino al siglo XXI, ¿donde se encuentra un mundo esclavizado e indefenso en manos de la propaganda y la demagogia?

Ha sido un bálsamo y un aliciente para este escrito[1] el que se hayan producido encuentros virtuales de los grupos que suscribo y es, a partir de mis propias membresías, que reflexiono acerca de la masividad de mensajes, al mismo tiempo que de la desconexión individual de los compromisos colectivos que le dan paso al desánimo, aletargamiento, inactivismo y obstrucción de los esfuerzos conjuntos, ya sea de las luchas feministas, políticas, académicas y demás reivindicaciones para seguirnos pensando la resolución de los problemas públicos que nos aquejan.

Las anteriores dificultades perviven en cualquier proceso de organización política y social y de cualquier nivel organizacional, se requiere del esfuerzo de cada uno de sus integrantes, ya sea un sindicato de trabajadores, una empresa, una universidad o entidad pública. Así, considero valioso destacar ante lo novedoso y contingente de esta realidad pandémica, que las dificultades sociales y políticas no se decretan en cuarentena, al contrario, se han visto muchas veces exacerbadas, como ha sido en Colombia con los asesinatos de lideres sociales y los escándalos de corrupción política.

Deberemos seguir pensándonos, cómo continuar las luchas frente a la igualdad de derechos para las mujeres, la defensa de territorios amenazados por las multinacionales extractivistas, el vaciamiento de lo público y la cobertura universal con calidad de los servicios públicos domiciliarios, los derechos a la salud, la educación, la jubilación, entre muchos otros, que siguen siendo asuntos urgentes y están en la orden del día para su defensa.

Como los anteriores temas estructurales que pensar, hay que incluir los inmediatos; entre estos, las nuevas formas de manifestar el inconformismo con la exposición de trapos rojos por las ventanas, las renuncias masivas de personal de salud a quienes no les dan elementos de protección, los manifiestos de científicos para darle estatus de verdad a las evidencias frente a la pandemia, las manifestaciones de migrantes que quieren volver a su país, o la indignación que expresan múltiples ciudadanos con los bancos o las empresas de servicios públicos, entre otras, que nos lleva a pensar en la aparición de nuevos problemas y el redimensionamiento de los viejos como objeto para nuevas reflexiones.

III. La construcción colectiva virtualizada

El tercer problema al que quiero referirme es el traslado de las dificultades y los riesgos que afronta la acción colectiva y la movilización social desde la virtualidad. Olson en la década del 70, del siglo XX, señaló acerca del free rider o gorrón, cuyo efecto más visible es el ascenso social individual y la búsqueda de intereses individuales a costa del bienestar colectivo, que se acompaña también de liderazgos personalistas resaltando los logros y méritos individuales y no del colectivo.

La desarticulación en general de la organización colectiva, la desidia, apatía e inactividad o, peor aún, asumir membresías de grupos, como si de mercancías se tratara, con un bajo sentido de pertenencia política; es decir, no se vive un proceso de identificación y mucho menos de lealtad, por lo que se puede estar, pero no se es. Estar en un grupo de investigación o una Facultad sin considerar necesario aportar a la reflexión académica y de problemas de interés del grupo; estar en una agrupación defensora y pensadora de la acción colectiva, pero sin iniciativas, ni actuar o pensar en pro del colectivo; estar en un ejercicio de debate interno considerando que las ideas y conceptos pueden ser obra de la genialidad individual y no como parte de una construcción cognitiva colectiva, solo para poner algunos ejemplos. ¿Qué significa esto para las luchas de los diferentes grupos y organizaciones sociales?

Siguiendo a Scott (2000) las élites, grupos privilegiados y, en sus términos, los dominados, fomentan una individualización y atomización social, mientras que los dominados se esfuerzan en resistir mediante la construcción de redes horizontales y cohesivas de solidaridad, este ejercicio de construcción colectiva conlleva cuotas enormes de humildad, trabajo, reciprocidad y prodigalidad que permita encarar con la fuerza del grupo las animadversiones, discursos y estrategias atomizadoras de los grupos dominantes y cuyo principal interés será mantener sus privilegios.

Otra dificultad enorme que se ha trasladado a la virtualidad de la movilización social es actuar con intereses proselitistas y asistencialistas. El oportunismo de personas ‘reconocidas’ y colectivos se sustentan en el sinnúmero de Decretos presidenciales de cuarentena, olvidan que las luchas políticas y la movilización social tienen sus propios ritmos y ciclos y no es posible decretarlos; así como no se decreta la indignación y la oposición a un statu quo injusto, tampoco se decreta el deseo de agencia individual y colectiva por un destino común desde el Buen vivir.

Este rechazo de las concepciones instrumentalistas del ‘accionar colectivo’ se debe dar no solo en el calor de una movilización concreta, sino en las distintas iniciativas de organizaciones sociales, políticas, o de las redes de académicos y académicas al replantearse los procesos de capitalismo cognitivo, en el sentido de la apropiación del saber como mercancía. Dejando de lado elementos tan valiosos desde una construcción colectiva, como la conversación espontánea, el humor, la diversión, el gusto por las lecturas provocadoras de la sospecha, de las críticas y de diferentes formas de mirada que inviten a disentir, crear, pensar, transformar lo dado como único, cierto e irreversible.

Para seguir pensando en mundos posibles y salir de la inmovilidad y la catástrofe, como escenarios que pudieran propiciar respuestas frente a la propaganda del miedo, los nuevos encuentros colectivos virtuales –y cuando podamos físicos– habrá que asumirlos desde la aventura, el riesgo, la confianza y la convicción del estar ocupando un espacio político que implica hacerlo de forma reflexiva, propositiva y crítica.

En un proceso interno y permanente de creación de los incentivos para las luchas de este estar/actuar en colectivo. Nadie ha conocido el fragor y efervescencia de una lucha concreta si no se ha preguntado por su papel en ese momento histórico particular y su motivación dando cuenta de sí mismo en las luchas colectivas.

Más allá de los tecno-pesimismos, lo cierto es que no podemos desconocer las dificultades señaladas antes, que atraviesa toda movilización social y acción colectiva, ya sea que estemos en tiempos de crisis frente al neoliberalismo o en tiempos de pandemia, ¿Cómo sacudirse el miedo, el inactivismo o los activismos enajenantes, en momentos de pandemia mundial? ¿Qué será de los llamados a la movilización social y a ocupar la calle para expresar descontento social?

Seguir desplegando la construcción de voluntades colectivas en torno al bien común, no desde consensos supresores de las luchas -o las diferencias de criterio-, sino desde disensos que propicien las reivindicaciones por nuevos sentidos de un bienestar general, que bien pueden ser ensayados desde la crítica, la ironía y el humor utilizando distintas fuentes (memes, videos, caricaturas etc.), pero que en todo caso nos lleve a pensar por nuestra cuenta, sin renunciar a esa opción de re-significación y redimensionamiento de los futuros posibles, aceptando de antemano que no contamos con modelos de los cuales echar mano. Ni, en la actualidad, de márgenes de confianza, retomando a Estanislao Zuleta “Porque oír no es solamente seguir un encadenamiento de razones lógicas sino también participar en una experiencia, ponerse en el lugar del otro, y en esto intervienen necesariamente la identificación y el amor” (p. 29).

La complejidad de comprender la especificidad del momento actual alrededor de un fenómeno como una pandemia, no vivida en décadas, para las nuevas acciones colectivas y la movilización social, nos invita a nuevas apuestas, actitudes y disposiciones individuales, que se requieren para dignificar la vida y la política desde la construcción de voluntades colectivas genuinas, para salir, además, de la obediencia y el miedo paralizantes. Los llamados al “aislamiento social”, confinamiento, cuarentena ¿qué implicaciones tendrán no solo en términos procedimentales o prácticos sino también teóricos? ¿Cómo se habrán de comprender las nuevas luchas, sin caer en los esencialismos de la necesidad de construcción de unidad política y social?

En la perspectiva gramsciana de la acción política, el llamado es a la articulación de diversas luchas como la obrera, la feminista, la de los sin techo, sin trabajo, sin seguridad social, las víctimas del conflicto armado en Colombia y de diversos autoritarismos en América Latina, para crear voluntad colectiva. Pero en un sentido realista ¿la idea de una concepción política emancipadora, qué lugar tendrá a partir de estos días de miedo al contagio y a las nuevas formas de subordinación?

Con la profundización de las condiciones de precarización económica y social, que ya se vivían desde antes de la pandemia, para los sectores populares, los más afectados, Requerimos pensarnos en la construcción de intereses y soluciones colectivas, más aún, en las metas comunes, en la imaginación para la definición de problemas y los horizontes posibles para su transformación. Con la idea de repensar lo político de forma contrahegemónica, los posibles significados, individual y colectivamente, se construyen de ese sentido contrahegemónico a partir de las enormes desigualdades que ha desnudado esta pandemia, esa frase de “ya nada volverá a ser igual”, que se anuncia por estos días en distintas redes sociales, pasa por plantear procesos de transformación en esta vía contrahegemónica.

Si lo hegemónico ha estado alimentado del consenso mundial alrededor de políticas macroeconómicas de corte neoliberal, los disensos a construir tendrán que construirse sin ningún modelo a la vista. Pero este es un llamado que supere las poses, simulaciones, dobles discursos o esencialismos dentro de la acción colectiva, de lo que podemos comprender hoy desde el ámbito social, político y académico. Volviendo a Gramsci y su planteamiento más vigente que nunca de la construcción de voluntades colectivas, no sólo pensados como clases sociales, sino como todas aquellas personas que puedan discutir y disputar sentidos y concreciones acerca de lo que podemos imaginar como Bien Común, sin vidas precarizadas que importen menos al resto de la sociedad.

Referencias:

Arendt, Hannah. (1987). Los orígenes del totalitarismo: antisemitismo, Madrid: Alianza. Arendt, Hannah. (1997). ¿Qué es la política?. Barcelona: Paidós.

De La Boétie, Étienne. (2003). Discurso de la servidumbre voluntaria. [Traducción de Rodrigo Santos Rivera]. México: editorial Sexto Piso, pp. 13-48.

Leporé, Jim. (2017). A Golden Age for Dystopian Fiction. The New Yorker. Recuperdo de: https://www.newyorker.com/magazine/2017/06/05/a-golden-age-for-dystopian-fiction

Scott, James C. (2000). Los dominados y el arte de la resistencia. Discursos ocultos. México: Editorial Era.

Zuleta, Estanislao. (2015). Idealización de la vida personal y colectiva. Bogotá: editorial planeta.

[1] De hecho, dentro de las motivaciones a escribir estas letras, han sido los encuentros virtuales con varias de mis colegas, sus aportes en debates internos de varios de mis colectivos y la lectura del texto de María Luisa Rodríguez Peñaranda “La construcción de la identidad feminista frente a los cantos de sirena de la mujer hegemónica”, inédito, próximo a publicarse.

 
 
 

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