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Drogas en tiempos de pandemia

La pandemia actual es una situación de crisis que se encuentra particularmente en medio de una prolongada crisis, también global. Desde la propuesta meta-narrativa de la sociedad del riesgo global ya Ulrich Beck nos alertaba sobre el riesgo de un desastre planetario, en donde sus efectos no iban a distinguir entre los pudientes y los carentes, entre los poderosos y los débiles, entre los incluidos y los excluidos, entre los legales y los ilegales. Para Beck, el riesgo global era paradójicamente tanto de democrático como de ordenador.


Para Boaventura de Souza, la prolongada crisis global, en la cual se suscitó la actual crisis de la pandemia, inicia en la década de los 80’s, gracias a la radicalización gradual (por así decirlo) del neoliberalismo subsumido al sector financiero. Este hecho ha producido lo que todos sabemos y hemos vivido: hambrunas, disturbios por comida y desperdicio de comida; pobreza, violencia política y riqueza desbordada de pocos; conflictos armados, guerras civiles y populismos; contaminación, menores acceso al mercado de consumo y corrupción y; mercados ilegales, crimen transnacional y narcoestados.


Pero hay un hecho que es claro y que deja en entredicho la denominación de crisis. Las crisis son temporales y son atípicas, cuando estas se vuelven temporales dejan de ser crisis para convertirse en normalidad. Para Niklas Luhmann cuando el riesgo se convertía en cotidianidad paradójicamente terminaba siendo la vida misma. Y eso fue lo que ocurrió en esta crisis global, nos acostumbramos tanto a las crisis, que simplemente terminamos adoptándolas como hechos reales. Que la crisis financiera de los Estados Unidos; que el default en la Argentina; que la crisis social y migratoria de Venezuela; que la crisis de la guerra interna en Colombia; que la crisis de la protesta social en Chile, Bolivia y Ecuador; que la crisis del hambre en África; que la crisis de los absolutismos políticos y el desgobierno en Brasil; que la crisis de la guerra comercial entre USA-China, USA-Irán, USA-Rusia. Todas estas crisis como pueden ver fueron más que superadas, absorbidas, se convirtieron en cotidianidad y se volvieron normales.


Como podemos ver, hemos estado en diversas crisis y en medio de esta crisis surge otra, una que es temerosa por su letalidad y, porque al parecer, a pesar de afectar a todas las naciones y todos los humanos por igual, también tiene sesgo sobre aquellos con desventajas sociales, como lo reconoció el gobernador del Estado de New York (USA) al indicar que la mayoría de los muertos en este Estado fueron afroamericanos y latinos, grupos sociales que históricamente han acumulado estas desventajas. También es el caso de Colombia, en donde la población carcelaria ha mostrado su alto grado de exposición al contagio sumado a la fragilidad de un Estado que desprotege a esta población, lo que ha producido no solamente un brote de contagios, sino una alarma mundial sobre la capacidad del gobierno para garantizar los mínimos derechos humanos y; ni hablar de los habitantes de la “lejana” ciudad de Leticia en el Amazonas colombiano, que con esta crisis se ha “alejado” aún más del país político y se ha posicionado fuera de la periferia de una nación que es más geografía que Estado.


Claro, la pandemia es una crisis, va a ser temporal, al menos en cuanto a lo referido a los contagios y no, a sus efectos económicos. El confinamiento que encerró a dos terceras partes de los seres humanos en todo el planeta y que en Colombia ha enclaustrado a más de 45 millones de colombianos traerá miseria y pobreza por doquier, aun no sabemos cuánto, pero no hay que ser un economista para comprenderlo.


La pandemia nos traerá nuevos estilos de vida y nuevas maneras de desarrollar aquello que hemos denominado humano y que se sale de los parámetros biológicos que naturalmente nos fueron concedidos como especie, de hecho, la pandemia ya cambió muchos de esos patrones en las vidas de millones de personas alrededor del mundo. Ejemplos, son las nuevas formas de trabajar desde la casa, los nuevos patrones de consumo de víveres y los nuevos mecanismos de publicidad, también la revalorización de roles socio-productivos como los médicos, los panaderos, los domicilios, los celadores y ha cuestionado la falsa valorización de roles como los futbolistas, los políticos e incluso las fuerzas militares.


En todo este escenario habrá que preguntarse ¿qué ha sucedido con los sujetos dedicados al mundo criminal?, es decir que obtienen su sustento de actividades criminales. En cuanto a los políticos corruptos, ya vimos que la pandemia ha sido la oportunidad de recuperar sus inversiones económicas de las pasadas campañas electorales por medio de la sobreestimación de precios de las “ayudas” a los cesantes mas pobres. Pero, pensemos en los contrabandistas, en los usureros, en los “jaladores” o ladrones oportunistas y en los traficantes de drogas.

Fuente: RTVE, 2020.


Y, en estos últimos me voy a concentrar. Recordemos que el narcotráfico, visto desde un contexto productivo, puede comprenderse como una serie de procesos que busca la comercialización de un producto ilícito. Como tal, este producto tiene una cadena productiva en la que participan múltiples actores y en donde se producen ganancias, productos, desechos, relaciones sociales y por supuesto tensiones.


Esta cadena inicia en productores y termina en consumidores. Vamos a tratar de hablar de varios segmentos de esta cadena de producción y como se han visto afectados por el confinamiento de la pandemia. En cuanto a los productores, este sector, que se considera agrícola, hay que decir que no ha parado, incluso, tampoco han parado los programas de erradicación manual por parte del gobierno nacional, ni los programas de erradicación voluntaria, así como tampoco los que involucran agentes del Estado. Un ejemplo de ello fue la muerte de un policía que hacía parte de este programa en el Bajo Cauca Antioqueño, cuando este con sus compañeros se disponían a cumplir con la erradicación de matas de coca y sufrieron la emboscada de un grupo armado organizado (GAO) encargado de la seguridad en la zona.


Los laboratorios clandestinos en las selvas del Chocó, en Norte de Santander y en Cauca tampoco han parado. El precio de la gasolina y la facilidad de contrabando en estos momentos de pandemia les ha permitido asegurar ganancias debido a que es más fácil transportar los insumos químicos y además se encuentran más baratos. Esto puede comprobarse con facilidad si se hace un rastreo a las “pocas noticias” de incautaciones de insumos en estas zonas realizadas por la Policía Nacional de Colombia en las últimas dos semanas.


La producción y comercialización de las drogas es posible gracias al transporte y este sector ha sido uno de los que no ha parado por la pandemia. Ahora hay una pregunta que es necesaria hacerse y, es, si el tráfico de automóviles ha disminuido, ¿por qué es tan fácil transportar la droga?, la respuesta también es fácil: por la cooptación de las autoridades por parte de los narcotraficantes. Igual hay una distracción muy grande y es el control que deben ejercer los policías para evitar que los ciudadanos violen la cuarentena y se dispongan a seguir con sus actividades de manera clandestina. Entonces, se puede decir que hay una coartada perfecta.


Ahora, miremos el segmento de la comercialización de la droga al interior del país. Algunos lo han llamado narcomenudeo y microtráfico. Hay que decir que este sector tampoco ha parado. La pregunta es, cómo hacen los trabajadores de este segmento de producción para asistir a sus puestos de trabajo, ¿acaso están haciendo teletrabajo?, pues no, en realidad asisten a las bodegas o grandes establecimientos para procesar la droga que será consumida en las ciudades.


En estas bodegas que se encuentran a lo largo y ancho de las ciudades colombianas, llegan los transportadores de la droga, los bodeguistas la almacenan y la distribuyen a las personas encargadas de armar las dosis para el consumo. Si es marihuana empacan el gramaje y si es cocaína le rebajan la calidad con otros elementos químicos. Luego están los embaladores que marcan el producto (insignia comercial que garantiza la distribución del producto), estos tampoco trabajan desde su casa, van al puesto de trabajo.


Ya en la bodega llegan las personas que distribuyen la mercancía a los sitios de venta. Estos transportadores pueden ser taxistas, pero cómo en la actualidad este servicio público está restringido entran en operación los domicilios motorizados, los cuales se mueven por toda la ciudad con logos de empresas comerciales muy reconocidas por prestar el servicio delivery, sin levantar sospechas aparentes entre la población y al parecer entre la policía, salvo hace unos días que se reportó que uno de estos domicilios motorizados fue sorprendido transportando 80 millones de pesos (algo así como 2.000 dólares) camuflados entre comida. Cómo se puede ver, entonces los grupos expendedores de drogas se adaptaron a la contingencia e involucraron un nuevo actor, o al menos la fachada para el mismo actor transportador (que aquí no acaba su función, lo cual ya veremos mas adelante).


Ya la droga ha llegado al vendedor o dealer, que en Colombia llamamos jíbaro. Aquí hay una variedad de matices en la relación que se teje entre vendedor y consumidor. Aquí me detendré un poco y relataré como se ha transformado esta relación. Antes de ello diré que en Colombia el sitio donde se vende la droga suele llamarse “olla” y me seguiré refiriendo a este sitio así.


La venta de la droga ha cambiado de acuerdo con el tipo de consumidor, más bien, debido al estrato económico del consumidor. Si hablamos de un joven con desventajas sociales, es decir, un consumidor que no tiene un ingreso fijo y por decirlo así de escasos recursos económicos y que además vive en un barrio popular, el patrón de consumo no ha cambiado debido a la pandemia. Basta con visitar barrios como Villasantana en Pereira, Siloé en Cali o Pescaíto en Santa Marta para ver congregados a los jóvenes consumiendo drogas en sus sitios de habitual consumo, para ellos pareciera no haber pandemia y para sus familias es mejor que este consumidor problemático no este todo el día encerrado en la casa, causando problemas de convivencia y con el agravante de que esta familia no tiene para su alimentación, esto sin hablar del síndrome de abstinencia, el cual sumado al hambre no es una buena combinación. Tal vez, por estas razones la policía no controla estas congregaciones en estos barrios y lo digo porque lo he constatado, porque he recibido el relato de los vecinos y porque al preguntar a mis fuentes, estás han respondido que la policía no se atrevería a realizar los controles de cumplimiento de la pandemia en estos espacios.


Ahora, si el consumidor es de clase media, digamos que, de alguna de las universidades de alguna ciudad, la relación entre el jíbaro y el consumidor ha cambiado. Se han creado exitosas formas de acercar el producto al consumidor. Una de estas formas es operada por motorizados anteriormente mencionados. Aprovechando los logos empresariales acercan la droga, cobran su valor y llevan el dinero al jefe de la olla. Preguntando a uno de estos transportadores, este ha mencionado que llega a tener despachos sucesivos de droga desde las 7.00 horas hasta las 19.00 horas en una ciudad de 750.000 habitantes como Pereira, en el Centro Occidente de Colombia.


Ahora, si el consumidor tiene un ingreso alto, el patrón de consumo no ha cambiado, es decir la droga llega a domicilio. Sin embargo, hay que tener en cuenta que muchos consumidores suelen ocultar su consumo a sus familiares, y han utilizado estrategias como aprovechar la salida permitida de abastecimiento de vivieres y consumir el alucinógeno, puede ser en sectores boscosos de la ciudad, apartados de una aglomeración o incluso en sus conjuntos cerrados.


Claramente la pandemia ha cambiado aspectos en la comercialización de las drogas, pero también es cierto que no la ha restringido. Como ya lo dije, las crisis son también oportunidades.

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