La lucha por el sentido: pandemia global y las consecuencias subjetivas de una cuarentena prolongada
- Juan Miguel García Montoya
- 12 may 2020
- 5 Min. de lectura
Revisando los textos de algunos pensadores contemporáneos influyentes que abordan desde diversas miradas filosóficas, políticas y económicas el significado de un acontecimiento coyuntural de talla mundial, como la pandemia y la situación de cuarentena provocada por el Covid-19, encuentro consideraciones importantes de análisis “macroestructurales”, los cuales se refieren a niveles amplios de explicación de los fenómenos. En este sentido, Slavoj Žižek habla de la emergencia de un nuevo tipo de comunismo global, David Harvey afirma que las políticas socialistas son las únicas que ayudarán a salir de la crisis y, Daniel Estulin se refiere a la próxima crisis económica como similar o peor a la Gran Depresión, entre otros.
No obstante, dentro de esta revisión he encontrado vagamente abordajes en cuanto al tema de la configuración de la subjetividad, a ese “proceso de producción de sentido que los sujetos se dan a sí mismos para estar en el mundo, establecer vínculos y procurarse certezas que los contengan, los reconozcan en el gran simulacro social” (Ramírez y Anzaldúa, 2014, p. 172).
Por eso en aras de pensar filosóficamente la subjetividad en tiempos de cuarentena, parto de la pregunta, ¿qué tipo de subjetividad se está consolidando en la situación actual? Para dar con una respuesta, voy a recurrir a la idea de circularidad lógica hegeliana, a partir de la cual reflexionaré sobre mi propia situación subjetiva –y posiblemente la de muchos–, intentémoslo.
En esta actualidad, en redes sociales, se publican mensajes que románticamente insisten en las posibilidades de un encuentro personal trascendental producto del encierro prolongado, dicen sobre las ventajas de la cuarentena para aprovechar a hacer todo un mundo de cosas que antes de la pandemia no podíamos, debido a la agobiante rutina diaria. Incluso se ha hablado de un retorno al tipo de tiempo griego que beneficiaba el ocio por encima del efímero tiempo cronológico como posibilidad filosófica de autodeterminación. En fin, que se trata de las mejores vacaciones para la autorreflexión jamás vistas en la historia reciente.

Fuente: Dinero, 2020.
Sin embargo, las precisiones de autores menos optimistas –o tal vez más realistas– como Paul Preciado, nos recuerdan el significado biopolítico, aquella capacidad de conducción de la vida productiva en sociedad, que han tenido las pandemias en la historia. Desde mi punto de vista este autor da lineamientos claves para entender la situación actual.
En el marco del mundo globalizado e interconectado, Preciado (2020) afirma que, más allá de las diversas redes de información y comunicación, las redes sociales y los noticieros informativos de televisión se constituyen en verdaderos dispositivos de biovigilancia y biocontrol. De hecho se ha normalizado cada vez más el uso de datos digitales por parte de los Estados para el manejo epidemiológico de la pandemia y ya no es tan despreciable para el resto del mundo, por ejemplo, el tratamiento dado por el gobierno chino a los datos personales y el rastreo constante de la ubicación de cada persona con fines preventivos, mediante la aplicación “WeChat”; así, un mensaje de texto de esta aplicación llega al celular de los ciudadanos que se tiene certeza, han tenido contacto con algún contagiado.
Sobra profundizar que con este tipo de datos en manos de unos pocos, se realizan sofisticados análisis descriptivos y predictivos de perfiles de consumo, hábitos de rutina, gustos, temores, inclinaciones políticas y más, con las peligrosas consecuencias que esto implica para una sociedad que se diga democrática.
También en Medellín, el acceso al Metro está ahora restringido solo para las personas que hayan registrado sus datos personales en la base de datos de la Alcaldía “Medellín me cuida”, los cuales si de seguro, podían ser de concomimiento administrativo, en este momento hay una excusa para ampliarlos. Por lo que la cuestión aquí es si el clásico debate por el derecho a la privacidad e incluso a la intimidad, está siendo relegado a las necesidades imperiosas del conocimiento al detalle de cada individuo por parte del Estado. ¿Qué serán estos, avances o retrocesos y, se desvanecerán inmediatamente superada la pandemia? No lo creo.
Así mismo, más allá de este tipo específico de control, Paul Preciado coloca el ejemplo de Hugh Hefner, el excéntrico millonario dueño de la famosa revista Playboy, para explicar los modos de teletrabajo y teleconsumo en que nos encontramos abocados durante la cuarentena. Si bien Hefner dedicó casi 40 años de su vida sin salir de su Mansión y sostuvo la hegemonía de su emporio desde la comodidad de su cama, “vestido únicamente con pijama, batín y pantuflas, bebiendo Coca-Cola y comiendo Butterfingers” y estando suficientemente equipado con una línea directa de teléfono y con una cámara de vídeo en cada una de las habitaciones donde dormían sus chicas Playboy (Preciado, 2020), surge la pregunta, ¿acaso no nos encontramos, los que somos “privilegiados” de pertenecer a la nueva configuración subjetiva del sujeto productivo, en una situación similar?
Seguramente así es, solo que, con menos excentricidad, pero con mayor conectividad que la que pudo tener Hefner. El requisito es tener una pantalla a la cual se pueda estar siempre conectado a internet y estamos listos para comer, dormir, leer, escribir, ver películas, trabajar e incluso tener sexo sin movernos del mismo lugar, sin pararnos de la cama; la pandemia ha acelerado este proceso.
De acuerdo a lo que propone el filósofo surcoreano Byung-Chul Han (2012), sobre la sociedad del rendimiento y el individuo esquizofrénico, es de resaltar que en esta nueva forma de subjetividad hipertecnológica e hiperconectada –a la vez irónicamente doméstica– y, a pesar de las poéticas profecías de los ya nombrados optimistas de la cuarentena sobre el supuesto rebosante tiempo de ocio que esta significaría, nos damos cuenta en realidad que no alcanza el tiempo para hacer todo lo que quisiéramos hacer, empezando porque eso que supuestamente queremos, termina estando mediado por la cantidad de links de artículos interesantes que recibimos en un día por WhatsApp o Facebook.
Además, creer que no tener que desplazarnos fuera de nuestras casas significa ahorrar tiempo, se convierte inmediatamente en una falacia en cuanto resultamos más horas que antes interconectados mediante videoconferencias que “facilitan” el trabajo o el estudio. Algo similar ocurre con el constante bombardeo de información-desinformación que se recibe por todos los medios, pero sin tener la posibilidad de salir a corroborarlo fuera de nuestras pantallas, de nuestras casas. Es la esquizofrénica disociación de lo que parece real o no. Están en lo cierto los que afirman que esta pandemia nos ha convertido más que nunca en seres de palabras más que de acciones.
Por último, para volver a la idea de circularidad lógica con la que comencé y darle un cierre, me resulta peculiar que la chispa por la que se me ocurrió la forma que iba a tener este texto, haya surgido precisamente luego de retomar una lectura de Hegel, motivada por una película francesa a blanco y negro, titulada Vivre sa vie de 1962, que vi durante mi “tiempo de ocio” y ahora utilizo para la producción, para el rendimiento de este escrito. Tal vez, algo que debamos aprender de la cuarentena por nuestro propio bien, la verdadera “transformación existencial”, sea la capacidad de convertir el tiempo de ocio en tiempo productivo y que el trabajo productivo se haga con ocio, con diversión.

Fuente: TyN Magazine, 2017.
Referencias
Byung-Chul Han (2012). La sociedad del Cansancio. Ed. Herder.
Preciado, P. (28 de marzo de 2020). Aprendiendo del virus. El País. Recuperado de: https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html
Ramírez Grajeda, B., &Anzaldúa Arce, R. E. (2014). Subjetividad y socialización en la era digital. Argumentos, 27(76), pp. 171-189.
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