Por una educación pública y de calidad frente al menosprecio humano
- Mary Luz Alzate Zuluaga
- 31 oct 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 1 nov 2018
“Los pobres son los jíbaros y narcotraficantes de Colombia”
“los estudiantes de las universidades públicas son todos unos tirapiedras”
“Quienes marchan, protestan por la defensa de la educación pública son unos vagos que no quieren trabajar, ni estudiar”
Son algunas, de las tantas expresiones, que se escuchan por estos días en Colombia, en cualquier conversación cotidiana, en cadenas de Whatsapp, entre otras. La primera expresión, que estigmatiza y criminaliza la pobreza y a los empobrecidos, se da en el contexto del anuncio del presidente Ivan Duque, en el mes de septiembre, de un decreto a través del cual facultará a la Policía Nacional para decomisar cualquier dosis de droga que porten los ciudadanos en las calles, con lo cual se reversa una decisión de la Corte Constitucional del año 1994 donde se despenalizaba la dosis mínima. Medida que ha generado polémica y opiniones a favor y en contra de las medidas restrictivas y prohibicionistas.[1]
Las otras dos, son expresiones frecuentes, y tienen un contexto reciente en las movilizaciones iniciadas el 02 de octubre a raíz de la alerta lanzada por los profesores de las universidades públicas del país, a la que se han sumado estudiantes, trabajadores y rectores de las universidades, acerca de la desfinanciación paulatina que se ha vivido en las últimas décadas, de las críticas muy merecidas al programa Ser Pilo Paga, entre muchas otras problemáticas que tiene en crisis a la educación superior pública del país.

Con todo y la relevancia que ambas problemáticas encierran, me centraré aquí en el significado social y cultural de las frases citadas al inicio, debido a que son opiniones individuales que esencializan a la gente, además de ridiculizar y minimizar la importancia de los problemas que tales opiniones encierran. Ni relevancia tiene que son “dichos” popularizados pese a no tener ningún sustento empírico, pero que se difunden con gran capacidad de adhesión por el común de la gente y luego reproducidos en cualquier conversación cotidiana, sin ningún temor a herir susceptibilidades o estar reproduciendo actitudes xenófobas, arribistas e intolerantes.

Que esas opiniones las expresen personas que no han podido acceder a una educación y/o algún tipo de formación, se les podría excusar, pero en ningún caso se les debe desreponsabilizar de su comportamiento obtuso y de sus palabras de desprecio y odio.
Que esas opiniones las expresen personas que no han podido acceder a una educación y/o algún tipo de formación, se les podría excusar, pero en ningún caso se les debe desreponsabilizar de su comportamiento obtuso y de sus palabras de desprecio y odio. Ahora bien, que cada vez sea más frecuente escuchar a líderes políticos o de cualquier ámbito social o económico, que a través de los micrófonos de algún medio -radial, televisivo o en redes sociales- difunden esas opiniones, nos obliga a preguntarnos ¿qué herramientas quedan para el oyente desprevenido, para que se forme una opinión, crítica y basada en hechos, pero sobre todo, de forma empática con el Otro u otros, que pudieran estar involucrados en la realidad de la cual se opina tan a la ligera?
Lo que profundiza la importancia de lo que está en juego en la actual coyuntura nacional, con las movilizaciones en defensa de una educación pública, gratuita, y que busca ampliar el acceso y mejorar la calidad educativa en sus distintos programas.
Sin dudarlo, las luchas por la educación pública encarnan los fines más sublimes para la transformación de una sociedad. Es la oportunidad de profundizar en el sentido de una educación que potencie las capacidades individuales, para discernir, pensar y reflexionar acerca de lo que nos ocurre a todos gracias a nuestro destino común. Una educación pensada y planificada como una política pública amplia, gratuita y extendida a toda la población puede propiciar la construcción de criterios amplios que ayude a la formación de juicios individuales acerca de las situaciones que nos van sucediendo socialmente. Es una forma de superar asonadas, linchamientos físicos y demás situaciones propias del odio y desprecio humanos.
Es la oportunidad de luchar por una educación que nos permita hacernos cargo del significado de lo que expresamos, o incluso de dilucidar si lo que estamos escuchando o si determinadas afirmaciones tendrán algún asidero con la realidad, antes de reproducirlas de forma acrítica. Una sociedad formada para escuchar y reflexionar acerca de la información recibida, no se dejará arrastrar fácilmente por las opiniones viscerales; al contrario, propiciará que los individuos construyan su propia postura, deteniéndose a razonar, hablar, planear y proponer soluciones que aumente la empatía frente a los dramas y sufrimientos de la mayoría de la gente, independientemente de los privilegios que tenga, podrá constituirse en una sociedad sentipensante, como postulaba nuestro gran Orlando Fals Borda.
[1] Véase el siguiente artículo que, de forma muy sencilla, formula los principales debates que plantea este asunto, con preguntas tan relevantes como por ejemplo, ¿Qué tantos resultados ha mostrado la regulación de los mercados de drogas en otros países?
Comments